SEGUNDA COLUMNA REVISTA PAULA

 


Estoy soltera, pero no sé estarlo. Debo confesar que siento miedo ante la inminente posibilidad de conocer a otras personas. No sé cómo enfrentarme al mundo de las citas ni entiendo cómo funciona el mercado después de los 40 años. Recuerdo que antes era muy sencillo, quizás porque era menos selectiva, pero ahora se me hace imposible coquetear. Me arranco de cualquier hombre que se me acerca, sobre todo de los jóvenes que parecen hambrientos por mujeres mayores.

El fin de semana salí a bailar con amigas y lo dimos todo en la pista. De repente entraron los únicos hombres guapos de la noche -ambos de unos treinta años- y se acercaron de inmediato a nosotras. Iba todo bien hasta que uno de ellos me toma de las manos para bailar Footloose, pero me puse tan nerviosa que me corrí, me di la vuelta y continué bailando con mis amigas. Él se quedó en la barra observándome, como si buscara hacer contacto visual, pero lo esquivé hasta el cansancio. Cansancio que se tradujo en que mi amiga finalmente terminó besándose con él, y no yo.

Esta situación hizo que entre en profunda reflexión: ¿A qué le tengo miedo? ¿Por qué soy tan rígida? Finalmente caí en cuenta en que tengo demasiados prejuicios respecto a la soltería en este punto de mi vida. No me veo ‘atracando’ con un jovencito en la pista. ¿Qué dirán de mí?, me pregunto, como si tuviese que rendir cuentas. Como si a alguien le importara qué hago con mi vida.

Me siento primeriza en estas lides y no tengo idea cómo salir del letargo porque no me atrevo. De Tinder ni hablar, porque vivo en una ciudad pequeña y las opciones son precarias – por decirlo de alguna manera suave-. No sé interactuar ante una flagrante tensión sexual, me pierdo, entro en una confusión enorme. No sé qué quiero, sólo sé que me vendría bien una ‘cana al aire’ para descomprimir mis inseguridades. Debería tomar alcohol y soltarme.

Después de estar tantos años en pareja, creo que tengo miedo al sexo casual a pesar de que mis amigas me aconsejan que es lo más práctico para no enganchar con nadie. ¿Quiero un pololo? Tampoco lo sé. Estoy confundida, y lo peor de todo es que siempre termino arrepintiéndome mientras me recriminan lo tonta que puedo llegar a ser.

Finalmente, a pesar de no concretar, el hecho de sentirme deseada por hombres más jóvenes eleva superficialmente mi autoestima. Sólo necesito un impulso para romper mis barreras, prejuicios e inseguridades, y al fin reconocerme como soltera”.

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