LAS HERIDAS DEL PADRE

 



¿Cuánto duele la niñez? ¿Cuánto daño nos pueden hacer nuestros padres? Ellos jamás lo sabrán. 

Para mí es súper fuerte escribir de esto, nunca lo he hecho. Aprovecho el contexto del "Día del Padre" para narrarlo. Este relato se basa en el dolor de la hija, el dolor que provoca la ausencia del padre, las heridas que deja y las marcas que perduran en la adultez. 

Sé que mi experiencia puede ser compartida por much@s de ustedes. No tod@s tuvimos la fortuna de contar con un padre emocionalmente responsable. 

Mis padres se separaron cuando tenía 4 años. Mi padre le fue infiel a mi mamá. La clásica caricatura con la secretaria. Fue tan cara de raja que llevó a su amante a la casa para que mi mamá la conozca. Recuerdo que mi mamá le tiró su maleta a la calle y él se fue (esto me quedó grabado a fuego). No lo vi por muchos años. Para mi él era lo máximo, mi superhéroe. Me abandonó.

Nos fuimos a vivir con mis abuelos por un tiempo. Mi mamá quedó absolutamente desequilibrada sicológica y emocionalmente. Honestamente no sé quién se hizo cargo de nosotras con mi hermana. Mi pobre madre estaba desconsolada. 

Pasaron los años. La relación entre ellos se transformó en una batalla campal. Mi mamá enfocada en su dolor y resentimiento se oponía a que viéramos a nuestro padre que, de tanto en tanto, aparecía en el portal de la puerta llorando. Mi mamá no lo dejaba entrar. Es decir, jamás velaron por nuestro interés superior. No importaba nuestro sufrimiento. 

Cuando las cosas se flexibilizaron, viajábamos a Temuco con mi hermana a ver a mi papá con su amante. Amante que por cierto era una persona siniestra. Cada vacación era un trauma. Fuimos sólo un par de veces, luego no quisimos ir más. 

A los 12 años tenía clarísimo que no quería ser madre (mi negación a la maternidad será otro relato). De hecho, en ese punto prefería decir que mi padre estaba muerto para no dar explicaciones. Su ausencia también me generaba vergüenza. Me sentía cómo una paria. No encajaba en la estructura social de la familia bien conformada y "feliz", menos en un colegio católico.

Por supuesto toda esta experiencia hizo que madurara muy rápido. No bastando con la ausencia de mi padre, mi madre trabajaba todo el día. Tampoco estuvo, no tenía otra opción (realidad de muchas mujeres). Me tenía que encargar de mi hermana.

Nunca tuve una experiencia grata con él en mi infancia, tampoco tengo algún recuerdo feliz, salvo que una vez fuimos a un concierto de Los Jaivas. Sabía mucho de música clásica y contemporánea. Tenía un bagaje cultural amplio. Él siempre nos criticaba por miles de weas. Se daba el lujo de cuestionar la crianza que nos daba mi madre que estaba a duras penas lidiando con su propia existencia. No aparecía nunca y cuando lo hacía me hacía sentir mal. Jamás me dio un abrazo, no al menos que recuerde.

A los 14 años lo vi en Santiago, nos llevó al cine, se rajó. Él estuvo viviendo un tiempo en Europa. Llegó con el pelo largo, súper hippie. Me chocó, no era la imagen que tenía en mi mente. Supe después que en ese viaje su salud mental se deterioró.

Luego apareció en mi graduación de cuarto medio. Nuevamente no supe de él hasta un par de años. En la universidad nos hicimos más cercanos. Me daba 50 lucas mensuales para compensar todos los años que no pagó pensión de alimentos. En este punto pensé que lo nuestro se podría enmendar de alguna manera, reconstruir un lazo que siempre estuvo roto. Me di cuenta que no se puede construir de la nada.

En mi adultez tratamos de mantener una relación pero no pude. Él se convirtió al evangelio, supongo que para expiar sus pecados. Los sermones y críticas por mi forma de vivir se incrementaron. No me casé, no tuve hijos, me dediqué a viajar. Un día, hace seis años tuvimos la última conversación telefónica. 

En esa oportunidad cuestionó nuevamente mis decisiones y forma de vivir, "irresponsable" me llamó. Esa calificación me descolocó, me di cuenta que no me conocía en lo absoluto. Me increpó por vivir una vida "light" poniendo de ejemplo a mi hermana que fue madre a sus 18 años. "¿Cómo no tienes hij@s? vas a morir sola" fueron sus palabras. Ante esta sentencia le respondí "¡Que increíble que me hables de irresponsabilidad cuando a mi edad tenías tres hijos echados a su suerte! (tiene cuatro, ese medio hermano corrió mejor fortuna). Del tercer hijo jamás supo nada, nunca pudo ubicarlo, yo tampoco. 

Esa conversación se tornó peor, cada vez más agresiva. Sin embargo, me dio la chance de decir todo lo que tenía dentro. Vomité lo que sentía. Finalmente cerré la conversación lapidariamente "¡Por más chicotazos que te propines en la iglesia, Dios jamás te perdonará!" Lo aniquilé. Le corté. 

Supe hace un tiempo que está con Parkinson, no lo he ido a ver y creo no lo haré. Me pueden juzgar, criticar, incluso pensar que soy mala persona. "Honrarás padre y madre" dice la biblia. Me importa una mierda porque esa honra se gana. Mis palabras pueden entenderse cómo resentimiento, yo lo llamo salud mental. No le debo nada. Él era el padre, yo la hija.

No saben todo lo que me ha costado estar bien, he sanado heridas, voy a terapia para tratar cada uno de mis miedos e inseguridades. Gracias a esto, a mis 43 años, me considero una persona emocionalmente sana. Ya no lloro al hablar de mi infancia. De hecho me sorprende que escribiendo esto no me rompa. 

Lo que les acabo de contar, desde el punto de vista de la hija (no desde el adultocentrismo), narra una realidad. Niñ@s apartad@s por sus padres, los que posiblemente se convertirán en adult@s emocionalmente rotos a pesar de los esfuerzos que hagan sus mamás. Cómo si fuera poco, no son capaces de hacerse cargo económicamente, los llamados "papitos corazón". En este país los números son aberrantementes. ¿Cómo pueden ser tan miserables? Ni siquiera se preocupan de comprarle un par de zapatos a sus hij@s. 

También existen padres que creen que cumplen su rol a cabalidad con plata. No los visitan ni se preocupan de su crianza. Castradores emocionales ¿Sabrán el dolor que causan? No tienen idea y tampoco les interesa. Hay weones, con tal de hacer daño a la madre, son capaces de cosas impensadas cómo negar un permiso para que sus hij@s puedan vacacionar y, lo peor, reconocerl@s ante el Registro Civil. 

Las invito a denunciar porque muchas tienen miedo, otra vez aparece el temor. Si es necesario a "funar" cómo lo hizo una amiga últimamente exponiéndose ante la sociedad. Sociedad que por cierto le encanta el conventilleo. Su desgaste emocional fue tremendo. Mendigar un derecho para cubrir las necesidades de su hijo.

Sé que en la actualidad muchos hombres asumen su paternidad de manera responsable y cariñosa, cumpliendo el rol que siempre debieron cumplir. No es para aplaudirlos, es lo que corresponde cuando existe una verdadera preocupación por el bien de sus hij@. Una obligación.

Finalmente, la niña rota se convirtió en una profesional exitosa (nadie me pagó nada), resiliente, con ganas de transmitir desde su propia experiencia que cualquier obstáculo se puede sobrellevar. Convertí la pena en alegría de vivir, por eso disfruto cada momento. Tuve dos opciones en la vida, irme al hoyo haciendo el rol de la víctima eterna o construirme sola cómo un mujer fuerte, plena y autónoma. Escogí la segunda opción. Mi infancia no me define. 

Quizá aquí pequé de honesta, la hipocresía no es lo mío.

¡Feliz día del Padre!




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